Exceso de proteínas

El problema de los excesos

Es bien sabido que en los años de la guerra mundial última no existían apenas obesos en la población, salvo en las clases privilegiadas.

Enfermedades ahora comunes, como la obesidad, la diabetes, hipertensión y exceso de ácido úrico eran casos poco corrientes.

Los llamados factores de riesgo no se conocían y los análisis de sangre de aquel entonces tenían una característica común, la sangre era muy fluida.

Junto a esta delgadez, comenzaron a surgir numerosos médicos que indicaron cuáles eran las causas de la malnutrición de las gentes.

Dijeron que la carencia de carne producía todas las enfermedades más comunes y preconizaron el consumo de la carne de cerdo y el hígado de mamíferos.

Atacaron duramente el consumo de pan (quizá el único alimento al alcance de todo el mundo), lo mismo que pusieron en la picota a los pescados azules (casualmente más baratos que el llamado blanco).

O sea, que la buena alimentación dependía de tu clase social.

Si tienes dinero, comerás bien a base de jamón serrano, merluza, solomillo y mariscos.

Las legumbres, las hortalizas, la estúpida patata y el pan de centeno son cosa de pobres y por tanto alimentos de segunda categoría.

Una familia de bien nunca te invitará a comer unas patatas rellenas.

La presión que las autoridades sanitarias, por un lado los médicos por otro y (cosa lógica) los comerciantes por otro, hicieron sobre la población, les obligó a centrar su interés sobre los alimentos cárnicos y a considerarlos el alimento básico de sus gentes.

Un niño podía dejar de comer la sopa, el plato de arroz o la sardina asada, pero si ese día negaba a comer el suculento filete se quedaba sin paga.

Y así, durante treinta años se consideró que la culpable de la mala nutrición era la alimentación rica en carbohidratos y grasas, y que la carne ni engordaba, ni hacía daño y encima era un alimento energético de primer orden.

Uno de los razonamientos que aún se mantienen es que el ser humano no dispone de ningún sistema para almacenar proteínas y por tanto el exceso tiene que ser forzosamente quemado.

La población se creyó sin más esta conclusión y la carne de cerdo se puso en el primer lugar de ventas, pero lo mismo ocurrió con las enfermedades degenerativas, las cuales pasaron a ser la causa fundamental de los fallecimientos.

Pero actualmente las cosas no han cambiado y la gente que quiere adelgazar insiste en el filete a la plancha en el convencimiento de que tras él está la silueta perfecta.

El primer dato que apareció en la prensa médica sobre el error de estas conclusiones data ya de 1975 y dejaba las cosas algo confusas, las personas obesas sometidas preferentemente a una alimentación cárnica poseen unos capilares sanguíneos engrosados en su membrana basal.

En estos enfermos, la membrana es tres veces más gruesa que en las personas delgadas.

El primer inconveniente de este engrosamiento es que la glucosa tiene dificultades para pasar a sangre y para lograrlo aumenta la presión mediante una hiperglucemia.

Este dato, totalmente verídico, echa por tierra la teoría de que la diabetes del adulto está causada por una falta de insulina.

Nada extraño, si tenemos en cuenta que estas diabetes no han podido ser curadas en base a la creencia de la falta de insulina.

El siguiente inconveniente del engrosamiento de la membrana capilar es el paso del oxígeno, el cual se realiza con bastante retardo.

Para compensar este inconveniente, aumenta la tensión del oxígeno en la luz capilar mediante un aumento del número de eritrocitos.

Un análisis de sangre dé poliglobulina, policitemia y valores altos de hematocrito, indicará fácilmente las alteraciones de la membrana capilar.

Un paciente obeso llega a tener una difusión de oxígeno y glucosa a través de sus capilares de solamente un 2 por 100 en relación a una persona sana.

El cansancio crónico de estos pacientes quedaría explicado solamente por este dato.

Las sustancias nutritivas que pueda tomar una persona obesa (aumentadas por el hecho de seguir comiendo carne por consejo médico) apenas pueden pasar por la pared capilar y difundirse por el resto del cuerpo, lo que da lugar a una muerte lenta e inexorable de las células más próximas.

La alimentación pobre en glúcidos agudiza aún más la falta de glucosa, lo mismo que la insulina y el dar hipotensores en un intento de mantener la presión arterial a unos niveles que al médico le parecen lógicos.

Lo aterrador del caso es que la subida de tensión es un mecanismo compensatorio que su organismo realiza para tratar de asegurarse su nutrición, y no una enfermedad en sí .

La causa de estas alteraciones es concluyente, el exceso de proteínas provoca no solamente el engrosamiento de la membrana capilar, sino que también su permeabilidad que da disminuida.

Un simple análisis microscópico dejará las cosas sin lugar a dudas, las personas que basan su alimentación en los productos ricos en proteínas tienen unos capilares en mal estado.

Sus membranas están engrosadas a causa de la eliminación continuada de proteínas a través de ellas.

Por tanto, la idea errónea de que las proteínas en exceso no son perjudiciales, ya que no pueden ser almacenadas, no puede ser mantenida.

El almacén ya lo tenemos en la pared capilar, aunque existen otros que luego veremos.

El exceso de proteínas provoca una sangre muy espesa, ya que todos los elementos proteicos de la sangre aumentan, como es el caso de la hemoglobina, el fibrógeno, los eritrocitos, etc.

Cuando este exceso comienza a alterar la composición idónea de la sangre, las proteínas se transforman en mucopolisacáridos y colágeno, depositándose en primer lugar en membrana basal y posteriormente en articulaciones, riñones, etc.

Los numerosos depósitos de proteínas están ya claros.

Supongamos que una persona obesa sigue haciendo caso del consejo del médico (no coma harinas, pan o féculas coma filetes a la plancha) y como consecuencia de ello los niveles de insulina aumentan.

El médico piensa que esto es producido para compensar un aumento de azúcar y prescribe un régimen pobre en carbohidratos y aún más rico en proteínas.

A la carencia de elementos energéticos hay que unir entonces el aumento de la presión arterial (a causa del engrosamiento de las membranas), y el régimen se hace más severo al suprimirse la sal.

La presión osmótica de la sangre disminuye entonces aún más y el problema se agudiza, hasta tal punto que incluso el agua ve dificultado su paso a través de los tejidos, lo que produce una sed enorme en el enfermo.

Si el régimen sigue manteniéndose, las arterias tratan de compensar esta acumulación de proteínas y absorben parte de ellas, depositándolas en su parte intima.

Un nuevo proceso patológico comienza entonces.

Las lipoproteínas y el ácido úrico se mezclan con las proteínas allí depositadas y empieza a formarse un temible ateroma.

La arteriosclerosis está formada y con ella el peligro de trombosis, infartos, etc.

La corriente sanguínea también se altera y, al igual que en un río lleno de desechos, se forman remolinos y estancamientos.

Toda sustancia nociva que no puede ser metabolizada o eliminada acaba primeramente en la sangre, como es el caso de heteroproteínas y diversos antígenos.

Estas sustancias son retenidas en parte en la lámina de la membrana capilar y el resto se escapa hacia articulaciones, riñones, hígado, retina, nariz, apéndice, etc.

Un 50 por 100 de las causas de muerte actuales hay que cifrarlas en los errores de la alimentación, en la cual el exceso de proteínas es tan importante como el de grasas animales.

Afortunadamente, una simple extracción sanguínea de 400 cc. es suficiente para eliminar 200 gramos de exceso de proteínas y quizá ahí está el motivo por el cual los hipertensos se sienten mejor después de donar sangre.

Por supuesto que ésta no es la solución para tales alteraciones, ya que lo lógico es actuar sobre el motivo que lo produce, no sobre el síntoma.

Dado que las proteínas son de fácil degradación y asimilación, bastaría con realizar un día de ayuno semanal y no volver a comer carne, para que estas personas alcanzasen en menos de un mes una situación normalizada.