Funciones del estómago y los intestinos
El aparato digestivo es una maravilla de perfección y precisión.
El tubo digestivo constituye un largo conducto que, empezando en la boca, termina en el ano.
Dicho tubo digestivo lo forman la boca, garganta, esófago, estómago, intestino delgado, intestino grueso, intestino recto (última parte del intestino grueso) y el ano.
Es necesario que este tubo sea largo, para que pueda desempeñar las muchas y complicadas funciones que son necesarias para la digestión.
El intestino del hombre mide cerca de nueve metros, es decir, unas cinco veces su estatura.
Pero esta longitud del intestino varía mucho de unas personas a otras y no es raro encontrar intestinos que sólo miden cinco metros, mientras hay otros que llegan a la enorme longitud de dieciocho metros.
Los hombres que pertenecen a pueblos que comen más vegetales que carne, tienen el intestino más largo y, por el contrario, los que se alimentan preferentemente de carne, lo tienen corto.
Así, por ejemplo, en los pueblos del norte de Europa y los esquimales, los intestinos son cortos y en los del sur de Europa y los chinos y japoneses, más vegetarianos, tienen los intestinos más largos.
La alimentación tiene una influencia muy grande sobre la rapidez con que las materias fecales pasan por el intestino.
Tomando una alimentación corriente, los residuos necesitan veinticuatro horas para llegar al recto.
Comiendo pan integral y verduras solamente, el tránsito dura sólo quince horas, y comiendo ciertos vegetales escogidos, bastan cinco horas.
Es como un perfectísimo laboratorio, con muchos aparatos destinados a transformar unas sustancias en otras.
Imagínese lo que representa sacar de los más variados alimentos sólo las sustancias nutritivas que van a ser útiles para reponer las energías que se gastan en las diversas actividades del hombre, y, descomponiendo su constitución, eliminar todo aquello que no va a ser útil.
Y aún lo que se utiliza, transformarlo por varios complicados procesos, en tal forma que el cuerpo pueda asimilarlo íntegramente.
Estas operaciones se realizan poco a poco en el trayecto del tubo digestivo, pero no se crea que es cosa fácil.
Hay que saber, que todo cuanto entra en él se reduce primeramente a partículas microscópicas.
En la pared del intestino hay nada menos que cinco millones de vellosidades intestinales que tienen como función absorber las sustancias alimenticias pero para ser absorbidas es preciso que previamente sean digeridas, lo que se realiza por medio de los jugos digestivos que las someten a un proceso químico que descompone la estructura de cada alimento.
Como acto previo para que pueda realizarse la digestión de los alimentos, éstos han de ser triturados, a tal fin la boca está provista de treinta y dos dientes duros y fuertes, que lo reducen todo a puré.
Además, seis glándulas salivales, que vierten su secreción sobre los alimentos durante la masticación, los impregnan completamente de saliva.
Este jugo digestivo comienza la digestión en la boca, y por este motivo es tan importante masticar bien.
Una demostración de esta digestión salival es que si masticamos un pedazo de pan duro, poco a poco iremos notando un gusto dulce, debido a que la fécula de la harina ha empezado a transformarse en azúcar.
La digestión bucal actúa principalmente sobre los hidratos de carbono (harinas, féculas), cuya digestión se completa después en el intestino delgado.
La mala masticación perjudica mucho la digestión normal, y hay muchos que olvidan que el estómago no tiene dientes.
En el estómago son principalmente digeridas las albuminas, por eso los alimentos en cuya constitución entra la albumina, como por ejemplo las carnes y pescados, permanecen más tiempo en el estómago.
Pese a la opinión corriente de que el estómago es el órgano más importante de la digestión, los trabajos más importantes del proceso digestivo se realizan en el intestino delgado.
Además, el estómago no extrae sustancias alimenticias de los alimentos.
La vida es posible sin estómago, pero no lo es sin intestino.
En el intestino delgado los alimentos son sometidos a la acción del jugo intestinal y de los jugos que segregan dos glándulas importantísimas, el hígado y páncreas.
El hígado fabrica la bilis, y el páncreas el jugo pancreático.
Además, el páncreas tiene una secreción interna, la insulina, que regula el aprovechamiento de los azúcares y su falta produce la diabetes.
Tanto el hígado como el páncreas vierten sus jugos en la primera porción del intestino delgado y así enseguida que los alimentos salen del estómago y entran en el intestino, son impregnados por dichos jugos y termina aquí la primera parte de la digestión.
Después de la masticación insalivación y digestión en el estómago y en el intestino delgado, las materias alimenticias ya están desintegradas y flotan libremente disueltas, transformadas en partículas microscópicas en el líquido intestinal.
En este momento se separa lo aprovechable de lo inútil.
A lo largo de las paredes del intestino delgado salen millones de vellosidades que quedan sumergidas en el líquido nutritivo.
Son como químicos del intestino que absorben y chupan, por así decirlo, las sustancias vitales de los alimentos.
Cada vellosidad no puede absorber más que una parte ínfima de sustancia alimenticia, pero son un número de cinco millones y cada una de ellas vierte el precioso líquido que absorbe, en un vasito de sangre igualmente pequeño.
Los millones de vasitos se juntan formando venas pequeñas, que reuniéndose a su vez constituyen la vena porta, la cual lleva su contenido al hígado, al igual que los arroyos, que juntándose unos con otros forman ríos pequeños y al final dan origen al río caudaloso que desemboca en el mar.
El hígado es el almacén de reserva de la mayor parte de las sustancias alimenticias, salvo de las grasas, que entran directamente en la sangre.
A lo largo del intestino van avanzando en lenta progresión todas aquellas partículas que no han sido absorbidas.
Entre ellas hay pedazos de alimentos mal masticados como las fibras de carne, celulosa vegetal.
Estas partículas esperan todavía una transformación en el intestino grueso, llamado así por ser mucho más ancho que el intestino delgado.
En él, millares y millares de microbios (habitantes normales del intestino grueso) actuarán sobre los restos de los alimentos.
Mientras discurre por el intestino delgado, el contenido intestinal es más o menos líquido, pero cuando entra en el grueso, adquiere mayor consistencia hasta formar una papilla pastosa.
Una vez en el intestino grueso, la materia fecal avanza lentamente, y su primera estación es el «ciego del colon» y es en él donde queda retenida por más tiempo.
Este es un sitio peligroso cuando la función intestinal no es buena, y particularmente si se padece estreñimiento.
En el ciego comienzan los procesos de putrefacción y fermentación, y si las materias permanecen estancadas demasiado tiempo pueden desarrollarse microbios peligrosos causantes de infecciones (apendicitis, colitis, etcétera).
Cuando el funcionamiento del intestino es normal, sólo viven en él aquellos microbios que son sus habitantes naturales y necesarios.
Estos no son perjudiciales, por el contrario, son indispensables.
Conviene decir que al intestino grueso llegan aquellas partículas que no han podido ser desintegradas por los jugos digestivos.
Son sobre todo restos de células vegetales y fibras duras de carne, pues bien, estas sustancias han de ser atacadas por los microbios normales del intestino.
Para comprender su importancia basta saber que una tercera parte de las materias fecales que se eliminan está formada por dichos microbios.
Dos grandes grupos cabe formar con los microbios que normalmente habitan el intestino humano;
- Los microbios que descomponen los residuos vegetales y producen la fermentación.
- Los que atacan los restos de alimentos animales (carnes, pescados, etcétera) y que dan lugar a la putrefacción.
Los procesos de putrefacción excesiva pueden ser peligrosos para la salud.
Pueden producirse, como se comprende fácilmente cuando se come demasiada carne, sobre todo si la digestión no es muy buena.
Cuando se comen más vegetales y menos carne se produce una mayor fermentación y una putrefacción más escasa, siendo ésta es la condición más favorable para conservar la buena función intestinal y evitar el envenenamiento de la sangre, así como los peligros de los catarros intestinales, infecciones, etcétera.
Estos y otros varios conocimientos, fruto de la moderna ciencia, nos permiten señalar un régimen de alimentación que garantice el máximo de salud y resistencia.
A medida que el contenido adelanta a través del intestino grueso, es sometido todavía a otro proceso semifluido al principio, que se va solidificando cada vez más, de manera que cuando llega al recto forma una masa medio sólida y de poco volumen, ya que las paredes del intestino han ido absorbiendo continuamente el líquido que contenía.
El peso normal de una evacuación correspondiente a una comida normal es de cerca de 150 gramos pero varía según el alimento de donde procede.
Si se han ingerido harinas finas y carnes se reduce hasta casi los 100 gramos, y si se come preferentemente pan integral o verduras puede pesar 250 gramos o más.
Una vez la materia fecal llega al recto, ha terminado el curso completo de la digestión.
En cuanto al número de horas que ha invertido el alimento en este camino, varía según el régimen de alimentación.