En las hojas frescas y verdes se encuentra un inmenso y maravilloso laboratorio bioquímico donde se transforman las energías del sol y la tierra en potencial alimenticio.
La hoja es pobre en factores nutritivos, pero es rica en clorofila, sales minerales, vitaminas y oligoelementos.
Por eso es tan elevado el valor fisiológico alimenticio de las hojas, sobre todo cuando éstas se consumen en estado crudo como en la ensalada.
En la alimentación biológica, la hoja fresca y verde debería consumirse diariamente.
Consumimos hoy hojas verdes, preferentemente en forma de ensalada, lechuga, escarola, lechugas silvestres achicoria y berro.
Pero, además de éstas, tenemos otras muchas plantas de ensaladas silvestres a nuestra disposición, que, por crecer en suelo sano y no explotado, poseen un valor preventivo y medicinal excepcional, y que, por lo tanto, deberían emplearse en mucha mayor abundancia para nuestras comidas.
La clorofila pertenece a la estructura de la hoja verde y, por consiguiente, también a la de las verduras.
Sin embargo, no debemos olvidar que no es su único elemento, aun cuando de momento se le conceda especial importancia.
Basta recordar que el elevado contenido en hierro de las verduras, acompañado de pequeñas cantidades de arsénico y cobre, en combinación con el contenido relativamente elevado en vitamina C, refuerza poderosamente el efecto estimulante de la clorofila para la formación de la sangre.
Además de estas características comunes a todas las verduras, cada una de sus variedades ofrece particularidades propias.